No vale la
pena mezclarlo con la política, por lo menos por ahora.
Acabamos de
perder el Campeonato Mundial de Fútbol
2014, y escribo con todo detalle, como si existiese otro “Mundial” que
el de fútbol, deporte que convierte a todos los demás en juegos de mesa, sin
demérito de quienes los practiquen, ya que yo también he transitado varios de
ellos.
No estamos
contentos, Alemania, sin más mérito que el esconder el miedo que nos tiene y un
poco de orden, nos ganó el partido a pocos minutos del final.
Yo no busco
culpables, solo analizo lo que he visto. Vi un técnico que jugó con una táctica
determinada hasta tres días antes de la iniciación del campeonato y la cambió
al final. Táctica que resultó horripilante y que la máxima estrella del fútbol
mundial, se encargó de hacercelo saber en la conferencia de prensa posterior al
primer partido.
Algunos
cambios realizados me pareció, imaginariamente claro, que Sabella los hizo
porque escuchó a algunos periodistas deportivos y jugadores que en televisión,
le pedían otra gente dentro de la cancha.
Supo Sabella
interpretar eso, y accedió.
En la final
erró los tres cambios que hizo. Fue imperdonable: Lavezzi no debió haber salido
porque estaba jugando su mejor partido de este Mundial y él mismo dijo,
posteriormente, que no estaba cansado.
Palacio
nunca debió viajar con este grupo. Si bien hace goles en el Inter de Milán,
como dijo un periodista español: “No es crack mundial” y es cierto.
Al “Pipita”
jamás debió sacarlo. Los goleadores deben estar siempre allí.
Con respecto
a Lionel Messi; hombre bate records, tres veces campeón de la Champions League
y multicampeón con el Barcelona, indudablemente le pesa la camiseta celeste y
blanca, se enoje quien se enoje por esto; comenzó con extraños vómitos antes
del campeonato, problema que parece ser nervioso, y nunca estuvo a la altura de
lo que le hemos visto hacer hasta hace un año al menos. Si no pudo, decepcionó,
y ni él se cree el Balón de Oro.
No me
importa que haga hecho los goles en la etapa inicial; le hizo goles a equipitos
inexistentes para el fútbol serio, y quien quiera discutirlo que me diga qué
tipo de fiesta hubiese organizado si antes de comenzar nos hubiesen dicho que
jugábamos cuartos de final con Bélgica.
No estoy desmereciendo
lo hecho, solo estoy analizando lo visto.
Hubo
gigantes y hubo jugadores que nadie se explica porqué fueron.
Y aunque
esté molesto y aunque haga mil años que no ganamos nada, siempre me quedaré con
la frase de Bilardo, que indica la consideración de los demás equipos del mundo
hacia nuestra selección: “Nadie sale a atacar a la Argentina”.
Para
terminar quiero dejar en claro que a mí, particularmente, no me extrañó que
Brasil hiciera el papelón que hizo, no como equipo de fútbol, no va por ahí mi
análisis, lo digo como país al que los ojos del mundo miraban con desconfianza
por la posibilidad de no llegar con las obras planteadas. Y no llegaron; se
murieron cantidad de obreros, se cayó una autopista, hubo dos argentinos
muertos por la inseguridad (la hija de Tití Fernández y el Topo López),
quedaron veredas y obras grandes sin terminar y la patética imagen de una
escalera precaria, hecha con caños, atiborrada de gente subiendo a una tribuna,
terminan de dibujar un país que siempre nos vendieron como potencia maravillosa
y tiene tantos políticos corruptos como nosotros (ver ministros de Lula y Dilma)
y una cultura muy inferior a la que, lamentablemente, no acercamos a pasos
agigantados y si no, recordar que sucedió en el Obelisco cuando una multitud
fue a festejar (gente blanca le dice Jorge Asis en su portal) y un grupo de
animales rompieron todo, se pelearon con la policía y no se cansaron de robar.
Nada que
festejar: quedamos segundos en la Copa del Mundo y demostramos nuestra
decadencia en Buenos Aires, Córdoba, La Plata y algunos lugares más.