domingo, 7 de febrero de 2016

NI CIEGO NI CÓMPLICE

Este artículo fue publicado en el diario La Voz de Bragado el sábado 6 de febrero Como muchos saben, hace casi seis años que hemos venido a vivir a Mechita con parte de mi familia. Disfrutamos de una tranquilidad imposible de conseguir en Buenos Aires y de las calles de tierra, que algunos se empeñan es asfaltar o ponerles cordones cuneta que no mantienen limpios, incluso la obra está sin terminar, cuando lo más necesario es, a mi juicio, hacer una dársena de cada lado en la entrada de la Ruta 5 y asfaltar las banquinas para evitar accidentes. No voy a dividir a mi pueblo adoptivo en dos, indicando quien hizo qué tontería, ya es suficiente con que, incluso para la mayoría de los habitantes, el Acceso José Hernández funcione como el Muro de Berlín, dividiendo las aguas, en la salud y la seguridad, como si el pueblo no fuese uno. Hace casi seis años, uno de mis hijos varones jugaba cotidianamente en la canchita de fútbol que está frente a la hermosa Sala de Primeros Auxilios (Quintana al fondo) casi inactiva por desidia de unos y ambición política de otros, en un pasado que espero sirva de lección para saber lo que no se debe hacer por capricho y lo que se debe hacer por la gente. Cuando los chicos jugaban, se escuchaban bromas, sobrenombres graciosos que el emisor explicaba a los gritos para que todos se rieran, e incluso, se aislaba a algún violento que llegaba desde otro lado, para que no haya peleas ni malos momentos. Yo no dejaba de destacar eso cuando hablaba con familiares y amigos de Buenos Aires. Hoy, crecidos esos chicos, más los que no sé de donde salen, no solo gritan guarangadas y hablan vulgarmente a los gritos, sino que de vez en cuando se arma una que otra pelea. Ya no es lo mismo. Y como la escalera del descenso no tiene barandas, la caída es libre. Hay, un par de chicos de 11 ó 12 años con rifles de aire comprimido que le tiran a todo, incluso a los perros, uno de los cuales fue enterrado hace unos días. Mi hija salió en bicicleta y un “balinazo”, con destino al cartel con el nombre de la calle, pegó en una chapa delante de ella. Si pasaba más rápido le pega. Estábamos en la pileta con mi esposa, mi hija y mi nieta y a metros del borde cayó un pedazo de espejo que algún vivo tiró. Espejo que formaba parte de la basura que un muy joven inquilino dejó fuera de la casa cuando se fue, porque como dormían hasta tarde, sin ocupación conocida, nunca sacaban la basura a tiempo para que la recoja el tractor, ninguna de las tres veces por semana que éstos recorren las calles. Hay chicos, de esos que menciono, que ni trabajan ni estudian, y están en edad de ir al colegio con cargo de obligación, pero “nada puedo hacer” me dijo un uniformado. Como nada pueden hacer con los que andan corriendo en moto con las luces apagadas, por el Acceso, con los cuales casi tengo un accidente al salir a pasar una camioneta. Se ríen, cuando uno les dice algo. Andan sin espejos y sin casco, que es lo que menos me preocupa, porque el casco es una decisión de cuidarse, pero lo espejos pueden evitar una accidente con terceros. Según supe, las autoridades anteriores decían que no había que pararlos ni correrlos ni nada. Siga…siga… para hablar futbolísticamente. ¿Y ahora? ¿Las actuales autoridades piensan lo mismo? Hay chicos de no más de diez años andando muy rápido. Los padres de esos chicos son igual de inconscientes que los que les compran un rifle y los dejan tirar dentro del pueblo, en las esquinas y a los autos. El mío tiene uno de esos “balinazos” en la trompa, pero claro, no vi cuando lo hicieron ¿cómo acusar? ¿a cuál de ellos? Un menor en una moto puede convertirse en asesino o víctima en cualquier momento, basta con que se le cruce una persona en bicicleta o que a él lo atropelle un auto. ¿Le importa a alguien? ¿a las autoridades? A los padres no, de lo contrario no lo permitirían. Yo sigo disfrutando del pueblo, pero no soy ni ciego ni cómplice.